No hace mucho, al finalizar un sermón en una iglesia, mi esposa me dijo algo como: -Víctor, asegúrate, muy bien, de no hacer lo malo, ni caer en pecado, porque la gente te ve como alguien a quien seguir. Además, tú no te imaginas cuanta gente está esperando que metas la pata, para luego echártelo en cara.-
Eso me hizo meditar al respecto. Una vez leí un libro que decía que los hombres pudiéramos evitarnos muchos problemas si siguiéramos los consejos de nuestras esposas, puesto que ellas tienen una percepción de las cosas que nosotros no tenemos. En aquel momento no entendí cabalmente por qué ella me había dicho eso, pero estoy seguro que ella pudo ver algo que yo no vi en aquella iglesia.
La realidad actual dentro del cristianismo es que, cuando alguien que es conocido por presentar mensajes con llamados a vivir vidas piadosas, llamados a vivir diferentes a cómo vive el mundo, e inclusive llamados a ser diferentes aun dentro de la misma iglesia, es hallado en alguna falta o pecado, aquellos a quienes no les agradan dichos mensajes se alegran de que quien “los reprochara” se vea en una situación humillante, y sin credibilidad ninguna para continuar predicando dicho mensaje. Más de un ministerio se ha visto destruido de esta forma, y la influencia positiva que se logró, se ve empañada por la influencia negativa que le sigue. En esa línea, creo que es muy importante que los que presentamos la Palabra delante de la gente, prestemos atención a un consejo bíblico que van muy acorde con lo dicho por mi esposa.
“Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” 1 Timoteo 4:12
En mi caso particular, como debe ser el caso de todos nosotros, debo asegurarme, todos los días, de ponerme en las manos de Dios, para que sea Él quien me guarde y libre de la tentación y del mal, porque si dependo de mi propia fuerza, soy hombre perdido. Jesús dijo:
“…porque separados de mí nada podéis hacer.”Juan 15:5
Ahora bien, si cualquier pastor, laico, evangelista, etc; debe esperar a no tener ninguna falta personal, y tener una vida libre de pecado, con tal de estar calificado para predicar la palabra de Dios, entonces nadie podría hacerlo. La biblia dice que todos somos pecadores y tenemos faltas. Por algo dice el dicho, -El que no cojea de una pata, lo hace de la otra.- Claro está, y permíteme ser enfático al respecto, todos los que de una manera u otra tenemos la responsabilidad de predicarle al pueblo, debemos mantenernos alejados del pecado, y de la apariencia de pecado. Sin embargo, todos los que presentamos la Palabra también tenemos rasgos de carácter con los cuales debemos lidiar. No predicamos porque hayamos alcanzado un estatus espiritual superior al de los demás, sino porque sentimos el llamado de Dios a ayudar a otros en su caminar cristiano. Pablo, un gran apóstol, llamado por el mismo Jesús glorificado, y quien escribió la mayor parte de Nuevo Testamento, dijo:
“…ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, a fin de conocerle…No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado…sino que prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:8-14.
El apóstol sabía que no había logrado un grado de santidad x (como a veces pensamos que debemos lograrlo), pero a pesar de ello, él exhortaba a los feligreses de las iglesias que había fundado, a que lo imitaran a él, como él mismo imitaba a Cristo, Filipenses 3:17; 1 Corintios 11:1. Aunque Pablo sabía que tenía sus luchas personales, aun así, él continuaba preocupándose por el crecimiento espiritual de los demás que estaban bajo su influencia. Si analizamos la biblia nos damos cuenta que al igual que el apóstol Pablo, todos los grandes hombres de la biblia tuvieron sus faltas personales. No obstante, no por esto dejaron de predicar o de seguir el llamado de Dios en sus vidas, sino que continuaron colocando sus vidas en las manos de Él diariamente, para que fuera Él quien los cambiara, y los ayudara a influir positivamente en las vidas de otros. Vemos los casos de varios profetas antiguos, no eran perfectos ni libres de pecado: Elías era un hombre sujeto a pasiones similares a las nuestras, Santiago 5:17. Jeremías ni siquiera quería predicar el mensaje que Dios le dio, Jeremías 20:7-9. Moisés no fue permitido entrar en Canaán porque se dejó sacar de sus casillas, y aunque le echó la culpa al pueblo, Dios se enojó con él directamente, Deuteronomio 1:37; 4:21. Pedro, aun después de ser lleno del Espíritu Santo, fue un hipócrita y Pablo tuvo que reprenderlo, Gálatas 2:11-14. Gedeón, luego de haber libertado al pueblo de Israel, hizo un efod de lino que fue tropezadero para su casa y para el pueblo en general, Jueces 8:27. En fin, todos los santos hombres de Dios de la antigüedad tuvieron sus faltas, como las tenemos nosotros, pero no por esto dejaron de amonestar al pueblo con los mensajes de Dios. Todos tenían sus flaquezas y debilidades, pero aun así, fueron escogidos por Dios para dar el mensaje divino al pueblo. La única excepción que registran las Escrituras, respecto a los caracteres imperfectos de los profetas y apóstoles, fue el caso de Daniel. La biblia dice:
“Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él. Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios.” Daniel 6:4, 5.
Esto no implica, en ninguna manera, que Daniel fuera perfecto como Cristo lo fue, sino que, en lo concerniente a su vida secular, en este caso en el reino, el era intachable. No había nada que reprocharle. Pero sin lugar a dudas, él era pecador tanto como nosotros lo somos. En este sentido, creo, los que predicamos la Palabra debemos ser intachables. En nuestro proceder en la sociedad, en el matrimonio, en nuestros trabajos, en la escuela, en la misma iglesia, debemos vivir vidas irreprensibles. De tal manera que, por mucho que los enemigos de la verdad busquen algo en contra nuestra, no puedan encontrarlo, porque no lo haya. Sin embargo, aun así, Dios conoce nuestros corazones, y sabe que nosotros, al igual que el resto de los creyentes, tenemos nuestras luchas y nos aferramos a Él para que nos de la victoria. Y vuelvo y repito, el pecado o la apariencia de este, no deben tener cabida en nuestras vidas, porque esto destruiría nuestro testimonio y dañaría la imagen de la verdad. Contrario a lo que podamos creer, predicar, evangelizar o estar sobre un púlpito, no nos hace inmunes al pecado, sino que nos expone más ante él. Satanás sabe que si causa la caída de alguien que es visto como siervo de Dios, muchos que han puesto sus ojos en esa persona caerán con él. Es por esto también que debemos seguir el consejo bíblico:
“Maldito el hombre que confía en el hombre.” Jeremías 17:5
No debemos basar nuestra fe en la vida de aquellos que nos predican en la iglesia, sino que debemos, en todo momento, ver a Cristo. Si lo vemos solo a Él, nunca seremos chasqueados si la persona que nos guía espiritualmente cae en pecado.
Es también muy importante recordar que al momento que los que predicamos la Palabra nos creamos superiores a los demás mortales, en ese mismo momento dejaremos der ser útiles en las manos de Dios. Siempre debemos reconocer que nuestras vidas deben ser transformadas por la misma Palabra que predicamos. Si esta no tiene un efecto en nosotros mismos, en vano es nuestra predicación. Qué triste es cuando un predicador deja de contemplar a Dios para contemplarse a sí mismo. Esto fue lo que le sucedió a Lucifer allá en el cielo, y hoy él es conocido como el adversario de Dios o diablo. Más de un predicador ha caído en pecado, trayendo descredito a la obra de Dios, y la ruina sobre su propia vida. He escuchado recientemente dos historias de dos pastores de experiencia que han abandonado a sus familias, para irse con chicas mucho más jóvenes que ellos. Así que, aquellos de nosotros que tenemos la oportunidad y la responsabilidad de predicar la palabra de Dios ante Su pueblo, bien haríamos en seguir el consejo del apóstol Pablo:
“Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” 1 Corintios 10:12.
También tengamos el siguiente pasaje siempre en nuestra mente:
“Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.” Gálatas 6:3
Nota: Este artículo surgió como una nota personal, y decidí publicarlo porque bien pudiera ser útil para muchos otros cristianos que, al igual que yo, quieren vivir vidas que agraden a Dios, y tratan de ayudar a otros a hacer lo mismo a través de la predicación.