La ciudad de Miami es visitada por millones de turistas cada año, especialmente por nosotros los hispanos. De todas partes de Centro y Sudamérica llegan, diariamente, vuelos repletos de viajeros con intensiones de vacacionar en esta ciudad, en la que cada día que pasa, el español se va consolidando más y más como idioma prominente. Rascacielos impresionantes, playas a orillas de la ciudad, autopistas interminables, taxis amarillos, en fin, Miami ofrece a la vista todo un espectáculo para aquellos que venimos de países tercermundistas. Sin embargo, fuera de los expressways y del downtown, más allá de Miami Beach y Coconut Grove, Miami tiene una pobreza que ni siquiera muchos locales se han dado cuenta. Hay lugares alejados del turismo, donde la pobreza contrasta grandemente con el esplendor que la ciudad presenta. En nuestros países latinoamericanos es común ver diferentes estratos sociales a simple vista, aquí en EE.UU. no, pero cuando se aprecian, la diferencia es abismal. Tras las fachadas de casas y edificios descuidados se esconden muchas familias que pasan necesidades. Sectores completos parecen haber sido trasladados desde países pobres hasta rincones del sur de la Florida. Homeless People o personas desamparadas deambulan en el centro financiero de la ciudad. Cada vez es más común ver personas en los semáforos con cartones pidiendo dinero. La vida en la capital del sol se ha encarecido tanto que una sola persona no puede vivir dignamente. Un solo sueldo no alcanza. El pago de la renta puede tragarse el salario completo de un obrero cualquiera. Lamentablemente, detrás de la gloria de Miami, esta su vergüenza.
Pero lo más triste es que la pobreza física de muchos de los residentes de la ciudad más famosa del estado de la Florida no es lo más preocupante, sino la pobreza espiritual. Muchos, que en sus países eran fieles creyentes de Dios y Sus preceptos, al llegar a tierra de libertad, abandonan su fidelidad. El trabajo, los biles (las cuentas por pagar), la cultura, el estilo de vida en general, los hacen cambiar. Cuando antes eran amables y saludaban a todos, aquí se vuelven fríos y secos. Las cosas de Dios pasan a un segundo plano. Ir a la iglesia es más una pesada carga que un placer, y muchos llegan al culto semanal faltando menos de una hora para que acabe. Cuando en sus países vestían, actuaban y comían de X forma, al llegar aquí lo hacen de Y. El afán de conseguir los billetes verdes, o el tratar de mantenerse a flote con las cuentas, sin dudas surte su efecto en muchas personas.
Hay aquellos que han alcanzado el famoso sueño americano. Son dueños de una casa (aunque pagándola a 20 años), tienen carros del año (financiados), y cuentan con tantos zapatos y tenis como colores de ropa cuelgan en sus armarios. Estos son más pobres todavía, porque piensan que lo tienen todo y no necesitan nada más. Entre estos están aquellos que cuando van de visita a sus países de origen, hacen creer a todos los mortales que son millonarios en la tierra del Tío Sam. Aunque esto no solo sucede en Miami, porque también puede suceder en cualquiera de nuestros países hispanos, Miami es solo un reflejo de lo que pasa cuando, supuestamente, avanzamos en la vida. Muchas veces, el éxito en los negocios, las finanzas, o cualquier otra empresa, puede hacernos pensar que somos superiores a los demás.
Realmente es triste cuando perdemos de vista a Dios y nos centramos en las cosas materiales, cuando por el afán de la vida ni siquiera vemos a los demás al lado nuestro. Cuando nuestras vidas giran solo en torno de nosotros y lo que queremos, pasando por alto los requerimientos de Dios y las necesidades de los demás, estamos más necesitados que nunca. En este país de prosperidad, entre los mayores obstáculos que encuentra el cristianismo no está la falta de templos, sino la falta de personas que asistan a ellos. Tampoco está la falta de biblias, sino de personas que las lean. Como tampoco está la falta de sermones, sino de oyentes que los vivan. La pobreza económica es una cosa difícil de llevar, en Miami como en cualquier parte del mundo, pero la pobreza espiritual muchas veces se vuelve arrogancia. En los momentos difíciles somos más dados a buscar de Dios y a obedecer sus mandamientos y estatutos, pero cuando sentimos que estamos en la cima del mundo, a veces pensamos que podemos prescindir de Él. Es por razones como estas que a la última iglesia de la Revelación, el testigo fiel y verdadero amonesta:
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” Apocalipsis 3:15-17.
Muchos al llegar a este país, dejan el cristianismo basado en los preceptos bíblicos, y se dejan llevar por una religión liviana hecha a la medida. Se olvidan de los requerimientos de Dios para sus vidas, y solo se enfocan en lo positivo y lindo de algunos pasajes bíblicos. En ciudades como esta es más fácil abrazar el evangelio de la prosperidad. Así es como muchos llegan a ser tibios, lo que los hace pensar que son ricos y no necesitan nada, pero la realidad es otra. Ahí es cuando no solo se convierten en pobres espirituales, sino en miserables y desnudos, así como lo estuvieron Adán y Eva luego de su pecado en el Edén. Pero gracias debemos dar a Dios, que si a tiempo nos damos cuenta de que esa condición nos está pasando a nosotros, esta tiene remedio.
“Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” Verso 18.
Aquí está la grandeza de la misericordia de Dios. Aunque nos olvidemos de Su providencia en nuestras vidas, y creamos que todo es fruto de nuestro esfuerzo, si nos damos cuenta de nuestro error, y acudimos a Él con corazón humilde, Él nos acepta y perdona. Recordemos, las posesiones materiales son valiosas, pero un caracter como el de Cristo es de mucho más valor.