Muchas personas actualmente dicen no creer en Dios. Piensan que esa creencia es solo para la gente ingenua e ignorante, gente de campo. Piensan que solo los tontos creen en algo como eso. Según razonan, todo este asunto de “Dios” no es más que un engaño de las iglesias para quitarle el dinero (a través de diezmos y ofrendas) a todos aquellos que asisten a los templos religiosos. Entienden que puesto que no hay nada más allá, todo lo que existe es fruto del azar y la casualidad. Nada tiene un propósito definido, sino que todo está ahí porque si. Todo lo creado funciona perfectamente por pura coincidencia. A veces escuchamos personas agradecidas por lo bien que les ha ido en sus carreras, pero no les oímos agradeciendo a Dios, sino a la vida. -Doy muchas gracias a la vida por esto o aquello- es su modo de expresar. Especialmente, los hombres de ciencia niegan la existencia de un Ser superior a nosotros. Ellos solo creen en las cosas que han estudiado y puede demostrar. Cosas tangibles que, de alguna forma u otra, se pueden analizar. Sin embargo, nosotros los cristianos escogemos creer en un Ser superior a todo cuanto existe, puesto que Él mismo es el Creador de todo. No entendemos Su existencia, pero la aceptamos como veraz. No comprendemos todo, pero las cosas que el Señor nos ha permitido conocer a través de Su palabra nos muestran su existencia. El apóstol Pablo dice: “porque por fe andamos, no por vista.” 2da Carta a los Corintios 5:7. Los hombres de ciencia creen en lo que ven, nosotros creemos aun sin ver.
Con todo el razonamiento humano que podamos argumentar, es difícil pensar que las leyes de la naturaleza, tan precisas y tan justamente equilibradas, hayan sido el resultado de una gran explosión que sucedió millones de años atrás. Según creen los que sacan a Dios de la ecuación, el big bang diseminó, a través del tiempo y del espacio, un total caos y desorden, en medio de irregularidades e imperfección, para que luego todo eso terminara en perfecto orden como lo vemos hoy. Grandes intelectuales de la humanidad se han visto precisados a admitir que debe existir algo más allá que la simple casualidad y el azar. Albert Einstein creía que el orden, la coherencia y la armonía del universo representaban a Dios. Isaac Newton, quien descubrió el efecto de la gravedad dijo lo siguiente:
“Así por tanto, la gravedad puede poner a los planetas en movimiento, pero sin el poder divino nunca habría podido ponerlos en un movimiento circundante como el que tienen en torno al sol, y, en consecuencia, por esta y por otras razones, me veo obligado a atribuir la estructura de este sistema a un agente inteligente.”
Es hartamente demostrable que el diseño de todo lo que existe en la naturaleza responde a una cuidadosa planificación de una mente suprema, quien colocó todas las cosas en su justo lugar, a fin de que todo marchara como lo hace. Nada de lo que el hombre ha inventado en nuestro planeta ha surgido por puro accidente. Nada que surja “a lo loco” puede terminar con perfecto orden y en plena capacidad de funcionamiento. ¿Por qué entonces nos cuesta tanto trabajo creer que todo cuanto hay tiene su origen en una gran mente inteligente? Es muy probable que algún escéptico se topete con un artículo como este, y cuestione lo presentado aquí. Los cuestionamientos en cuanto al razonamiento de que Dios es el creador de todo no se basan en el ámbito científico, porque no es posible demostrar científicamente que Dios no existe. Los que ponen en duda que toda la creación procede de Dios basan sus deducciones en la filosofía, y no en la ciencia. Dichas deducciones puede que resulten muy razonables para aquellos que son poco pensantes. Las personas que se limitan mayormente a creer lo que otros dicen que creen, y no lo que ellos mismos han creído por conocimiento propio, muy a menudo son llevados a creer casi cualquier cosa.
Algunos de los cuestionamientos en contra de la existencia de Dios, y su autoría sobre la creación son los siguientes: ¿De dónde salió Dios? ¿Quién creó a Dios? o ¿Por qué razón llegó Dios a la existencia? Estas son preguntas muy válidas, y podemos considerarlas por un momento en el ámbito filosófico. Si tuviéramos la respuesta a la pregunta de por qué llegó Dios a existir, o quien lo creó, no es de dudar ni por un segundo que vendrían automáticamente las siguientes preguntas: ¿Quién creó al que creó a Dios? ¿Por qué quien creó a Dios lo creó? De más está decir que las interrogantes sobre quien creó a quién y por qué serían infinitas. Siempre habrá un por qué. El ser humano frente a las cosas que no entiende siempre cuestiona el por qué. Así son los niños, si decimos a un niño -No subas al árbol-, el niño preguntará, -¿Por qué?- Entonces responderemos -Porque te puedes caer.- Una vez más el niño hará la pregunta -¿Por qué?- A lo que responderemos -Porque las ramas son muy frágiles.- Y así continuará -¿Por qué?- -Porque es un árbol pequeño.- -¿Por qué? -Porque es un naranjo.- -¿Por qué?- -Porque los naranjos no crecen mucho.- ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Los por qués nunca terminan con los niños, y esto es porque no tienen el conocimiento que tienen los adultos. Sin embargo, cuando los adultos estamos frente a un por qué de un niño para el cual nosotros mismos no tenemos la respuesta, solo nos limitamos a decir -Porque yo lo digo.- Cuestionar la existencia de Dios por el simple hecho de que no sabemos de dónde salió Dios o quien lo creó o por que llegó a la existencia, no tiene mucha validez, porque nos llevaría a cuestionamientos inagotables, y no conduciría a ninguna respuesta que satisfaga el último por qué. El conocimiento humano es un conocimiento limitado. Nosotros como cristianos aceptamos lo que Dios nos ha dicho en Su palabra sobre Sí mismo, y aceptamos por fe aquellas cosas que no entendemos de Él. Moisés escribió:
“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; más las reveladas son para nosotros…” Deuteronomio 29:29
Cada quien tiene el derecho de creer lo que quiera creer, eso es un derecho que nadie puede quitar a ningún hombre ni a ninguna mujer. Todos tenemos libertad de conciencia. Sin embargo, nosotros creemos que es más fácil, razonable, y más esperanzador creer que todo lo que existe, todo lo que podemos ver, y aun lo que no podemos ver, vino a la existencia por el hecho de que un Ser, superior a nosotros a quien no vemos, decidió crearlo todo para nuestro deleite. Un Ser supremo que pensó de antemano cada detalle necesario para nuestra existencia. Hay quienes quieren creer que todo es fruto del azar. Nosotros preferimos creer que Dios nos creó. Que Él creó todas las cosas pensando en nosotros, y quiere rescatarnos de este mundo miserable, lleno de maldad y pecado, para darnos una mejor vida. Hay quienes escogen creer que esta tierra es todo lo que hay, y que hay que disfrutarla aquí y ahora, sin más complicaciones. Nosotros escogemos creer que hay un nuevo mundo que Dios creará, en el cual disfrutaremos por la eternidad, sin la contaminación moral que impera en el mundo actual. Un nuevo mundo libre de los problemas que enfrentamos día tras día, libre del dolor, de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Hay aquellos quienes creen que no tienen compromiso moral alguno con nadie superior a ellos mismos, y que pueden destruir sus vidas con la bebida, el cigarrillo, el sexo, las drogas, vicios de toda clase, etc. Pero nosotros escogemos creer que quien nos diseñó nos dejó un mejor modo de vida con el cual podemos vivir una vida feliz. Cada quien es libre de creer lo que quiera creer, nosotros creemos que Dios nos ha dado esa libertad, y debemos hacer un buen uso de ella.
“Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, Para ver si había algún entendido, Que buscara a Dios.” Salmo 14:1, 2.