Es notorio que en el evangelio de Lucas se hace mención de más mujeres protagonistas que en cualquiera de los otros evangelios. Desde el mismo inicio de sus escritos, vemos que Lucas coloca a las mujeres en papeles prominentes. En el capítulo 1:5-7 vemos a Elizabeth, la madre de Juan el bautista. Se nos habla de ella más que de su esposo. En los versos 26 y 27, del mismo primer capítulo, vemos al ángel Gabriel yendo a visitar a María, quien sería el instrumento humano para que Cristo tomase forma humana. En el capítulo 2:36-38 notamos a Ana, una viuda profetiza que no se apartaba del templo. En el capítulo 4, versos 38 y 39, Lucas menciona el milagro de sanidad hecho por Jesús a favor de la suegra de Pedro, su discípulo. En el capítulo 7:37-50 una mujer pecadora de la ciudad ungió los pies de Cristo. En el capítulo 8, versos 1-3, Lucas menciona a las mujeres que andaban en las giras misioneras con Jesús y sus discípulos: María Magdalena, Juana y Susana. En los versos 41-42 y 49-56, Jesús resucitó a una niña de doce años. También en ese mismo capítulo, mientras Él se dirigía a la casa de Jairo, padre de la niña, una mujer que padecía un flujo de sangre, desde hacia doce años providencialmente, fue sanada solo por el toque que hizo al manto de Cristo. Y Cristo hizo notar a todos la grande fe de esta mujer. En el capítulo 10:38-42 vemos a dos hermanas amigas de Jesús, María y Marta.
Pasando al capítulo 11: 27, vemos que una mujer, entre la multitud, levantó la voz para bendecir a la mujer que crió a Cristo. Cuatro versículos más abajo, Jesús mismo hace mención de la reina del Sur, es decir, la reina de Saba que visitó a Salomón. Más adelante en el capítulo 13, versículos del 10 al 17, Cristo sanó a otra mujer que durante dieciocho largos años había estado encorvada sin poder enderezarse. Jesús citó, en el capítulo 15:8-10, a una mujer cualquiera, en una de sus parábolas, buscando y encontrando una moneda perdida. En otra parábola, pero en el capítulo 18:1-5 otra mujer viuda protagonizó la enseñanza de Cristo, al ser insistente delante de un juez injusto. Todos recordamos la viuda que dio todo lo que tenía como ofrenda en el templo, y como Cristo mencionó que había dado más que todos los ricos que echaban de lo que les sobraba, Lucas 21:1-4. Qué decir de las mujeres que iban llorando rumbo al calvario con Cristo, Lucas 23:27; y de aquellas que estuvieron frente a la cruz, y luego prepararon especias para ungir su cuerpo sin vida, versos 55 y 56. No por casualidad fueron las mujeres las que encontraron el sepulcro de Cristo vacío, y fueron las primeras en verlo resucitado, Lucas 24.
Como podemos observar, este autor dedicó parte de sus escritos a resaltar a las mujeres en los relatos relacionados con Cristo. Quizás, porque su contexto cultural era diferente al de los judíos ortodoxos. En una época cuando los judíos minimizaban a las mujeres y les restaban cualquier tipo de importancia o protagonismo, Dios permitió que este autor se esforzara en demostrar, a través de su evangelio, que las mujeres son de igual atención, para Dios, que nosotros los hombres.
Así siempre ha sido desde el principio. Cuando Dios nos creo varón y hembra, nos hizo iguales. Eva fue sacada de un hueso en el costado de Adán, simbolizando así, como se ha dicho hartas veces, que la mujer no era superior al hombre porque provenía de la cabeza de este, o inferior al mismo al provenir de uno de los huesos de los pies. Ha sido la sociedad que, desde tiempos muy antiguos, se ha encargado de desvalorizar el papel de la mujer, presentándola como inferior al hombre de alguna manera. Durante mucho tiempo las mujeres fueron pisoteadas y maltratadas por una sociedad machista, que no ha dejado de existir, pero que, sin embargo, ha tenido que comenzar a valorar al sexo femenino.
Ahora bien, permíteme aclarar que el feminismo es tan nocivo como el machismo. Si bien por mucho tiempo se estuvo en el extremo machista, no debemos ahora, bajo ninguna circunstancia, irnos al extremo feminista. Porque eso hará el mismo daño que el extremo abrazado anteriormente por tanto tiempo. Está bien comprobado que todos los extremos son nocivos para la sociedad.
Nosotros los hombres cristianos, como esposos, hijos, hermanos, y padres, debemos honrar a las mujeres como a hijas del Dios Altísimo. Especialmente a nuestras esposas, teniendo siempre presente que Dios nos las otorgó como compañeras, en aquel momento cuando mas sentíamos nuestra soledad. El apóstol Pedro nos exhorta:
“Vosotros maridos, igualmente, habitad con ellas sabiamente, dando honor a la mujer, como a vaso más frágil, y como a herederas juntamente de la gracia de la vida; para que vuestras oraciones no sean impedidas.” 1 Pedro 3:7
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