La infidelidad en el matrimonio en el mundo actual se ve como algo normal. La sociedad insiste en hacernos creer que es algo muy de los hombres ser infieles y que las mujeres que no son bien atendidas tienen que buscar lo suyo en otro lado. Pero, ¿Vale la pena aventurarse? Viéndolo desde un punto de vista analítico es cierto que tanto dentro de la iglesia como fuera hay hombres y mujeres que no tienen nada que perder siéndoles infieles a sus parejas. Esto no justifica que lo hagan, pero existen personas que quizás no se vean tan afectados por esta práctica.
No obstante, el dolor y sufrimiento que la infidelidad ocasiona en la gran mayoría de personas nos dice que Dios tenía muy buenas razones para darnos el mandato “No cometerás adulterio.”
Es triste que en nuestro medio cristiano el adulterio también sea un pecado que sucede con bastante frecuencia. Hombres y mujeres cristianos han caído en pecado de una u otra forma. Hombres que han sido ejemplos a seguir para la feligresía han sucumbido ante la tentación de Satanás y sus vidas se han hecho añicos. Una vez se dio el caso de un pastor muy ferviente y misionero en su iglesia; Tremendo predicador de la verdad presente y con un matrimonio sólido por varias décadas. Sus hijos ya habían formado sus propios hogares y la asociación a la que pertenecía le había dado una posición de liderazgo privilegiada. Hasta que un día llegó a su congregación una chica que bien pudiera haber sido su hija, la cual entabló una amistad con este ministro que terminó en la disolución de su matrimonio, la bochornosa terminación de su ministerio, la vergüenza ante la iglesia, y lo peor de todo, el apartamiento de este hombre del pueblo de Dios que lo llevó por un camino cada vez más sombrío. Esto es sin mencionar el dolor emocional que aquella esposa sufrió y todavía sigue sufriendo porque nunca en su vida le pasó por la mente que su amante esposo tan cristiano pudiera hacerle eso después de tantos años que ella le dedicó a él y a su ministerio.
Si bien es cierto que hay quienes caen en pecado, no es menos cierto que también hay quienes, dentro de la iglesia, viven una doble vida. Acarician el pecado y se entretienen con él mientras no son descubiertos. Cuando su pecado se hace público entonces se arrepienten y piden perdón, pero muchas veces es demasiado tarde. Aun cuando el cónyuge fiel decide perdonar al infiel, ya sea por salvar el matrimonio o por los hijos, o por la razón que sea, la relación no vuelve a ser la misma. En la biblia encontramos que el arrepentimiento de Acán no le libró del castigo correspondiente. La confesión hecha -porque me han descubierto- muchas veces no tiene valor delante de Dios.
Algo que tenemos que tener siempre presente es aquel famoso dicho que reza: -No son todos los que están, ni están todos los que son.- No todo el que dice Señor, Señor, entrará al reino de los cielos. En la iglesia hay muchas personas que no están convertidas a la verdad. Son miembros de iglesia, asisten a los cultos regulares, pero en sus corazones no les ha amanecido y se prestan para ser los instrumentos satánicos para obrar la ruina de aquellos que quieren servir al Señor de corazón. Mujeres y hombres sirven de medio para dañar a otros. De la misma forma como Satanás abandonó la serpiente para entrar en Eva y tentar a Adán, asimismo Satanás entra en el corazón de aquellos inconversos para arrastrar a las pasiones a los que él no puede tentar de otra manera. Adán no se acercó al árbol, por eso él no podía tentarlo allí, pero a través de Eva, quien tenía la confianza y el afecto de Adán, el enemigo logró su cometido.
¿Cómo podemos evitar ser presa del enemigo?
Primero tenemos que estar consientes que cualquiera de nosotros puede caer en pecado. Todos somos pecadores y por lo tanto tenemos una tendencia al mal. Naturalmente el pecado nos gusta y nos llama la atención. Tenemos que cuidarnos de todas aquellas cosas que nos inviten a desear probar lo prohibido. La televisión juega un papel importante en los planes del adversario de las almas. Constantemente las imágenes que se presentan por ahí están llenas de contenido erótico lo que abre la mente para que nos dejemos llevar por la pasión por sobre la razón. Lo mismo sucede con la internet. Seamos cuidadosos en todo lo que vemos y en los lugares donde hacemos clic en línea. Cuidemos nuestra mente.
Segundo, hombres propónganse mantener el voto a su esposa intacto. Todas las demás mujeres de la iglesia y del mundo están prohibidas. Cuando cualquier mujer les comience a buscar el lado más de lo debido, presten atención al sonido de las antenitas de vinil que detectan la presencia del enemigo. Huyan de esas mujeres como lo hizo José de la esposa de Potifar, no importa que se ofendan. Eviten tanta abrazadera y besadera con el sexo femenino. Cualquier sensación nueva o cualquier olor puede dar paso a la imaginación no sana. Si van a visitar a una hermana de la iglesia por cualquier motivo, háganlo siempre acompañados de sus esposas. Y por sobre todo, escuchen lo que sus esposas tienen que decirles. Las mujeres se conocen muy bien entre ellas y saben cuando otra mujer está jugando un juego sucio.
Tercero, mujeres mantengan un límite entre uds. y los hombres. Hagan de sus esposos sus únicos y verdaderos amigos. No confíen en los hombres que quieren ser sus paños de lágrimas, no importa cuántos años tengan conociéndose. No provoquen a los hombres con ropas muy reveladoras o con estilo de caminar muy provocativo, recuerden que a la iglesia vamos a encontrarnos con Dios no a modelar en una pasarela. Si están solteras y quieren un esposo como el de la hermana tal, pídanselo a Dios, no destruyan un hogar sin querer queriendo.
Y por último en cuarto lugar, recordemos las palabras de Cristo: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” El adulterio comienza adentro antes de llegar afuera. Dios perdona el adulterio como cualquier otro pecado. Si hemos pecado en esto debemos pedir perdón a Dios de corazón y decirle que cree en nosotros un corazón nuevo y renueve un espíritu recto dentro de nosotros. El rey David, quien adulteró en su corazón y en su carne, se arrepintió de corazón y Dios le concedió su perdón. Coloquémonos todos los días en las manos de Dios y esforcémonos por hacer de nuestra relación matrimonial lo que Dios quiere que sea.