El estudio de la Palabra para conocer la voluntad Divina siempre ha sido parte importante en la vida espiritual del pueblo de Dios. Desde el mismo inicio de la humanidad, saber y conocer los requerimientos Divinos era una prioridad en la vida diaria de aquellos seguidores de Dios. En los tiempos antediluvianos, cuando los hombres tenían una capacidad de recepción mental asombrosa, los mandatos y preceptos de lo alto eran dados oralmente de generación en generación. Sin embargo, luego que la vida y la capacidad mental del hombre mermaron, los fieles a Dios comenzaron a coleccionar los escritos de los profetas. Estos más adelante llegarían a llamarse las Escrituras. Desde Moisés, quien escribió los primeros cinco libros hallados hoy en la biblia, el pueblo de Dios se ha conducido por los escritos de inspiración Divina. De siglo en siglo se fueron compilando los diferentes tomos escritos por estos siervos del Altísimo. Todos los patriarcas, profetas, y muchos de los reyes bíblicos eran estudiosos de las Escrituras presentes en sus tiempos. Aunque siempre hubo apostasía, rebelión, y oposición a las Escrituras dentro del pueblo de Israel, no fue sino hasta el primer siglo de nuestra era cuando los judíos, guiados por sus tradiciones y costumbres, dejaron de lado lo que ellas enseñaban. El mismo Cristo dijo una vez:
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Juan 5:39
Después del rechazo de Israel como pueblo privilegiado de Dios, la naciente iglesia cristiana se condujo por los mismos escritos de los antiguos profetas, añadiendo también los nuevos escritos que los apóstoles, bajo inspiración, produjeron. Pedro escribió:
“Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.”
Las cartas del apóstol Pablo ya figuraban en el primer siglo entre las Escrituras. Sin embargo, el mismo Pedro nos dice que desde entonces ya había quienes torcían, no solo lo de difícil comprensión escrito por Pablo, sino también el resto de los escritos Divinos. Cuando la iglesia cristiana siglos más tarde se corrompió, y se apartó de la enseñanza fiel de la Palabra, esto dio como resultado el periodo de reforma protestante. Durante dicha época, el estudio de la Palabra jugó un papel fundamental. Los errores que se introdujeron al cristianismo fueron muchos, y esto porque se dejó de lado el estudio correcto de la ya existente biblia actual, y como los judíos, el cristianismo corrompido introdujo otra vez las tradiciones y mandamientos de hombres. Es por esto que Martin Lutero, cuando fue confrontado sobre sus escritos protestantes dijo:
“Ya que su serenísima majestad y sus altezas exigen de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla, y es ésta: Yo no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que ellos han caído muchas veces en el error así como en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo cual, si no se me convence con testimonios bíblicos, o con razones evidentes, y si no se me persuade con los mismos textos que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia a la Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nada, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia. Heme aquí; no me es dable hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude! ¡Amén!”
Desde entonces, el protestantismo se ha empeñado en sostener el principio de Sola Scritura, es decir, la biblia y solo la biblia como regla de fe y enseñanza. Sin embargo, basados en la misma biblia, diferentes denominaciones cristianas han desarrollado sus teologías y estas, en muchos casos, se contradicen entre sí o no armonizan. En el caso concreto de la iglesia Adventista del Séptimo Día, a la cual pertenezco, nuestras doctrinas se desarrollaron a través de un estudio minucioso de los libros bíblicos, y no de los escritos de Elena de White (una de las fundadoras de nuestra iglesia) como algunos aseguran. Aunque Dios utilizó a esta mujer enferma como Su mensajera para darnos, como iglesia naciente a partir del 1863, mensajes de reprensión, amonestación, disciplina, salud, entre otros temas, sus escritos nunca han sustituido el estudio de las Escrituras dentro de nuestra denominación. Actualmente se encuentran impresos decenas de libros y compilaciones escritos por ella. Sin embargo, el Dr. Allan G. Lindsay, Ed. D. escribió:
“A través de los años, los lectores de los escritos de Elena de White han sido profundamente impresionados por su exaltación a la Biblia. Como una mensajera del Señor, aún cercada por su humanidad, podría haber sido todo tan humano para ella exaltar sus propios escritos sobre la Palabra de Dios. Pero durante toda su vida, ella recomendó consistente y continuamente a la Biblia como la Palabra inspirada e infalible de Dios. Ella instó su estudio por encima de cualquier otro libro y nos recuerda una y otra vez que las Escrituras es la única regla de fe totalmente suficiente, práctica y educativa. Ella es “la regla por el cual toda enseñanza y manifestación religiosa debe ser probada.” Conflicto de los Siglos,pág. 10.
La misma Elena de White escribió lo siguiente:
“… La palabra de Dios es la norma infalible. Los testimonios (sus escritos) no han de ocupar el lugar de la Palabra… Prueben todos su posición por medio de las Escrituras y prueben por la Palabra revelada de Dios todo punto que sostienen como verdad.”El Evangelismo,pág. 190.
Nosotros hoy, tanto los adventistas así como los demás cristianos, debemos ser ávidos estudiosos de la palabra de Dios, para que como Lutero, tengamos una fe que no flaquee aun ante la adversidad, y que no erremos en su interpretación. Que nuestras creencias estén fundamentadas firmemente en la revelación Divina. Elena G. White nos aconseja:
“La Palabra de Dios es como un tesoro que contiene todo lo esencial para perfeccionar al hombre de Dios. Nosotros no apreciamos la Biblia como debiéramos. No estimamos debidamente las riquezas que encierra, ni nos damos cuenta de la gran necesidad que tenemos de escudriñar las Escrituras por nosotros mismos. Los hombres descuidan el estudio de la Palabra de Dios por ir tras intereses mundanales o entregarse a los placeres del momento. Se hace de algún asunto insignificante una excusa que justifique la ignorancia acerca de las Escrituras dadas por inspiración de Dios. Pero sería mejor desechar cualquier cosa de carácter terrenal en vez de este estudio importante en todo sentido, que ha de hacernos sabios para vida eterna. La Educación, pg. 222.
En la última oración llama mi atención la parte donde dice que es mejor que desechemos cualquier cosa de carácter terrenal y no el estudio de la palabra; especialmente en esta era en la que vivimos, donde se corre el riesgo de poner en tela de juicio ciertos pasajes de las Escrituras. Las criticas constantes del mundo secular sobre la biblia, y los insistentes ataques por parte de la comunidad científica a las verdades presentadas en ella hoy, son algo común. En esta era postmoderna, inclusive hay disciplinas espirituales que escogen los pasajes bíblicos que les convienen, pero ignoran voluntariamente los demás. Es común escuchar astrólogos y exponentes de la Nueva Era y de filosofías orientales citar pasajes bíblicos. Sin embargo, entresacar textos para que encajen con nuestras creencias no es sabio. Pablo aconsejó a Timoteo lo siguiente:
«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redarguir; para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.» 2 Timoteo 3:16, 17.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, por lo tanto, si quiero hacer uso de una parte de ella, debo aceptarla toda como verdad Divina, y no solo seleccionar la parte que prefiero. Hablando sobre lo mismo, Elena de White escribió:
«No permitáis que hombre alguno venga a vosotros y comience a disecar la palabra de Dios, diciendo qué es revelación, qué es inspiración y qué no lo es, sin que lo reprendáis. Decid a todos esos sencillamente que no saben…No deseamos que nadie diga, esto quiero rechazar y esto quiero recibir, sino que queremos tener fe implícita en la biblia en conjunto y tal como es.» Comentario Bíblico Adventista, Pg. 931.
Al estudiar la biblia debemos de asegurarnos de hacerlo de la forma correcta, tomándola en su totalidad como un solo tomo. No debemos nunca basar nuestras doctrinas en un texto en particular o en una sola porción de las Escrituras; porque estudiarlas de manera erronea no resulta de beneficio, sino todo lo contrario. John MacArthur escribió lo siguiente:
«La importancia de la interpretación bíblica cuidadosa dificilmente puede ser exagerada. Mal interpretar la biblia es en última instancia, no mejor que no creerla. ¿Qué bien hace estar de acuerdo en que la biblia es la revelación final y completa de Dios, y luego malinterpretarla? El resultado sigue siendo el mismo: se echa de menos la verdad de Dios. Interpretar la Escritura para hacerla decir lo que no tenía intención de decir es un camino seguro a la división, el error, la herejía y la apostasía.»
Así que sería bueno que lo primero que hagamos al entrar en el estudio de la biblia de manera personal, sin importar nuestra denominación cristiana, sea entender que esta no se presta para interpretación privada. Dicho de otra manera, que al interpretar la biblia no lo hagamos de una manera que a mí o a mi iglesia nos convenga. Al hacer esto estamos en peligro. Lo ideal en el estudio de la Palabra es dejar que sea la misma Palabra la que se interprete a sí misma. El estudio bíblico minucioso conlleva, pues, que analicemos toda la Escritua antes de sacar conclusiones y doctrinas basandonos en unos cuantos versículos. El profeta Isaías escribió:
«La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá.» Isaías 28:13
Como hemos visto brevemente, a lo largo de la historia Dios siempre ha tenido un pueblo que busca conocer Su voluntad a través del estudio de Su palabra. Las Escrituras se compilaron durante miles de años, y han resistido los embates del enemigo para destruirlas. Hoy, debemos empeñarnos en su estudio correcto para que dejemos a los que nos sucedan un legado de fidelidad a los mandatos, preceptos, y verdades presentados en la Palabra como lo hicieron aquellos que estuvieron antes que nosotros.