Nuestro Planeta y la Eternidad

Veamos la historia de la Tierra, desde la perspectiva bíblica. Comencemos echando una mirada a un pasado remoto. Un tiempo muy antiguo en la eternidad. Miles de eones atrás no existía absolutamente nada. Había un completo vacío. No había nada que conformara nada, ni nada que demandara la existencia de algo. No obstante, existía un Ser todopoderoso. Este Ser, cuya existencia no entendemos ni podemos comprender (porque escapa a nuestra realidad), en algún momento remoto decidió traer a la existencia, desde la nada, algo llamado universo. La biblia así lo presenta:

     “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” Hebreos 11:3.

En Su sabiduría y poder, Dios decidió crear nuestro maravilloso universo, con sus innumerables millones de galaxias, conformadas a su vez por millones de estrellas. Un gran número de ellas, orbitadas por incontables planetas. Dios puso las leyes que rigen el universo en su lugar. Puso todas las cosas deliberadamente como deben ser, y echó a andar el tiempo y el espacio. Luego, Dios comenzó a llenar Su universo con seres inteligentes, capaces de compartir con Él Su creación. También decidió crear otros seres, no inteligentes (como los animales), para que embellecieran aun más la magnífica creación realizada por Él, y para que sirvieran de regocijo a aquellas criaturas a las cuales Él daría el don del intelecto. Una de estas especies creadas en un pasado remoto fueron los ángeles. La función especial de ellos era servir de mensajeros entre el lugar de morada de Dios en el universo y los lugares recónditos del infinito, donde todas Sus criaturas habitarían. No había ningún mundo desconectado de su Creador. Su presencia se hacía sentir en cada una de las galaxias habitadas, y Sus fieles mensajeros iban por doquier, recorriendo todo el cosmos en destellos de luz. Pero en el andar de la eternidad, ya en un pasado más reciente, uno de estos seres especiales de Dios, el más exaltado de todos, y al que Dios dotó de mayor gloria, por alguna razón que no podemos comprender en el presente, comenzó a pensar diferente al resto de la vasta creación de Dios. Lucifer (portador de luz), el querubín que estaba más cercano al trono de Dios, quiso ocupar el mismo lugar que Dios ocupaba. El deseó que la adoración que Dios y Su hijo recibían, también le fuera tributada a él. Después de todo, él era el ser más perfectamente creado en todo el universo. Así lo presentan los profetas Ezequiel e Isaías cuando describen este acontecimiento:

     “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor…” Ezequiel 28:12-17. 

     “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.” Isaías 14:12-14.

Este querubín, protector del mismo Creador del universo, se vio a sí mismo, y se preguntó el por qué él no podía ser igual que Dios. Aunque no entendamos el por qué un ser creado cuestionó a Su creador, eso fue lo que sucedió. Y como es bien sabido que, quien acaricia sentimientos de envidia y celos, termina odiando a la persona hacia quien dirige esos malos sentimientos, esta primera vez que estos sentimientos aparecieron en el universo no fue la excepción. Lucifer comenzó a criticar el gobierno de Dios, comenzó a cuestionar el por qué de las cosas. ¿Por qué tenemos que obedecer a Dios? ¿Por qué tenemos que adorar a Dios? ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? Tristemente, hoy sabemos que quien alberga tales sentimientos, y cuestiona todo a su alrededor, más temprano que tarde termina sintiéndose infeliz; y también termina, casi siempre, haciendo guerra contra quien nada le ha hecho. Esto sucedió literalmente con Lucifer, en el espacio físico del universo donde mora Dios. Quizás este hermoso ángel asumió la misma postura que muchos asumen hoy, al cuestionar el por qué creer en Dios. Lucifer comenzó a sembrar el descontento entre los demás ángeles que compartían el cielo con él. El apóstol Juan vio lo que ocurrió allí en visión:

     “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.” Apocalipsis 12:7-9.

Lamentablemente, Dios no tuvo más remedio que expulsar de las cortes angélicas, a quien ahora se le llamaría Satanás, adversario o enemigo de Dios. Todos aquellos que habían creído en sus acusaciones contra Dios, y que se habían colocado del lado suyo, también fueron expulsados. La paz y la armonía que habían existido en todo el vasto universo hasta ese momento, se vieron manchadas por este trágico suceso. -El mal- había encontrado la forma de entrar en la creación de Dios. Hasta ese momento nadie sabía que era el mal. Quizás, ni siquiera el mismo Lucifer, en su inocencia al principio, sabía en qué camino se dirigía. Pero aun así, escogió ir por donde Dios le advirtió no debía proseguir. Escogió retener en su corazón los malos sentimientos que él sabía no eran correctos. Aunque disimuló por un tiempo sus verdaderas intensiones, estas finalmente salieron a la luz. Ahora expulsado de las cortes del cielo, se llenó de rencor contra Dios. El Creador pudo haberlo destruido en ese mismo momento. Sin embargo, le permitió continuar su perverso camino, para que todos los habitantes del universo pudieran ver realmente hacia dónde conduce el mal. ¿Cómo es que apareció el mal cuando solo existía el bien? Ese es un misterio que no podemos explicar, y si tratáramos de hacerlo de alguna manera, presentaríamos una excusa para la existencia de este en el cosmos. Fuera como fuere, Satanás, luego de su expulsión, sabía claramente que estaba errado, y había ido en el sendero equivocado. En lugar de reconocer su error y pedir el perdón de Dios, decidió, por orgullo, hacerle guerra a su Creador mientras tuviera la vida que este le prestaba.

Alrededor de seis mil años atrás, Dios decidió continuar Su obra creativa en algún lugar del infinito. Con este propósito, se aproximó a una galaxia en espiral, y en un sistema planetario deshabitado, que orbitaba una pequeña estrella, decidió habilitar un planeta para la existencia de una nueva especie que haría a imagen Suya. Dios acondicionó la este planeta Tierra, y creó sobre ella al hombre. Adán y Eva fueron la primera pareja en habitar este nuevo mundo. Es de imaginar que todo ser recién creado, tenga mil preguntas que hacerle a su Hacedor. Este debió haber sido el caso de ellos. Entre la información que Dios pudo haberles dado, podemos pensar que Él les dijo que una de Sus criaturas, un querubín excelso, se había revelado contra Él. Quizás en ese momento, Adán y Eva no pudieron entender cómo alguien creado, igual que ellos, pudiera revelarse contra quien lo creó, pero ya advertidos, estuvieron preparados para hacerle frente tan pronto lo vieran. Sin embargo, la biblia dice:

     “Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer;  pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” Génesis 3:1-5.

Satanás no se atrevió a presentarse delante de Eva como un ángel de luz, porque tan pronto hablara en contra de Dios, esto delataría su identidad. Así que recurrió a la astucia y el camuflaje. Utilizó uno de los animales más hermosos de la creación de Dios. Lo primero que hizo fue poner en duda la palabra de Dios, y luego, ofreció a la mujer un conocimiento, que al parecer, Dios le había negado, el conocimiento del mal. Lamentablemente el resto es historia. Hoy estamos viviendo en un mundo lleno de dolor y sufrimiento. Un mundo que ha quedado incomunicado del resto del universo. Un mundo donde reina la muerte. Un planeta que Dios, de alguna forma, ha apartado del resto de la creación en Su universo. Esta es la razón por la cual no vemos señales ni vestigios de ninguna otra civilización allá afuera. Estamos separados totalmente de la eternidad. El planeta que Dios había dicho era bueno en gran manera, se vio bajo el peso de la maldición. Cuando Adán comió del fruto, Dios dijo:

     “…Maldita será la tierra por tu causa…” Génesis 3:17.

Luego de la entrada del pecado al planeta, los hombres comenzaron a pelear con sus mujeres. Los hermanos comenzaron a matarse unos a otros. Los animales se volvieron feroces. El registro bíblico dice que la maldad de los hombres llegó a ser tan grave, que Dios tuvo que raerlos de sobre la faz del planeta que, con tanto amor, había creado. Solo unas ocho personas sobrevivieron a aquel cataclismo mundial que Dios llamó diluvio. Sin embargo, luego de este, el hombre volvió a corromperse. Desde entonces, Satanás se ha deleitado en hacer daño a la raza humana. Ha sido su deleite causar el mayor sufrimiento posible a los hijos de Adán, porque entiende que haciendo esto se desquita con Dios por haberlo expulsado del cielo. Era tras era, Satanás se ha perfeccionado en provocar dolor a los habitantes de este minúsculo planeta. En épocas recientes, la humanidad fue testigo de dos guerras mundiales, que acabaron con la vida de millones de personas. Hoy, el hambre mata millones, las enfermedades abundan por doquier, los desastres naturales se suceden rápidamente, etc. En fin, este mundo se ha vuelto un completo caos. La raza humana hubiera permanecido sin esperanza por siempre,  o hubiera estado condenada a la auto destrucción, a no ser que Dios, mucho antes de la creación de este mundo, ya tenía un plan de rescate. Este estaría disponible para todos aquellos que quisieran estar fuera del poder de Satanás:

     “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Juan 3:16.

     “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos…” 2 Timoteo 1:9.

Dios previó todo lo que Satanás haría, e ideó un plan que salvaría a la raza humana, o por lo menos a todos los que aceptaran Su plan. El mismo Dios vendría a este mundo en la persona de Su hijo. El Creador se haría a sí mismo un ser creado para poder estar a nuestro nivel, y rescatarnos del mal. Jesús vino a este mundo y murió por nuestros pecados, pagando así el precio que demandaba la ley de Dios sobre los pecadores.

     “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos 6:23.

De esta forma se deshicieron todas las mentiras que Satanás había dicho en el universo. En los sufrimientos de Cristo en la cruz, causados por el mismo Satanás, quedó demostrado que este ángel rebelde no tenía razón en todo cuanto dijo de Dios. Todos los seres creados, a través de todo el universo, se dieron cuenta de que aquel ángel estaba equivocado. Su acusación hacia Dios de injusticia quedó completamente anulada. Satanás fue desenmascarado y Dios vindicado. Para siempre quedó demostrado que Dios como Creador, es el Supremo del universo, y es quien merece la honra, la gloria, y la adoración de todas Sus criaturas.  Él fue capaz de mostrar Su amor infinito al morir para rescatar criaturas que se habían descarriado.

Ahora bien, este mundo en su actual condición no está apto para que seres rescatados lo habiten. Sobre este planeta pesa la maldición del pecado, y continuará así, hasta que Dios determine acabar con él para siempre, en un tiempo no muy lejano del presente. El tiempo de maldición en que estamos viviendo no durará mucho. El apóstol Juan vio en visión un ángel que descendió del cielo, y se colocó entre la tierra y el mar:  

     “Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más…” Apocalipsis 10:5,6.

En Su sabiduría, Dios ha delimitado un tiempo específico durante el cual, Satanás ha hecho y continuará haciendo su obra de maldad. Sin embargo, una vez ese tiempo llegue a su fin, a Satanás lo le quedará más remedio que reconocer que Dios es justo. El día de la destrucción final, él, junto con todos aquellos que hayan seguido sus caminos, tanto ángeles como seres humanos, reconocerán que Dios habrá sido justo en el trato con ellos. Al mismo Lucifer, no le quedará más opción que reconocer su error ante todo el universo. Este planeta maldito será destruido por el mismo que lo creó al principio:

     “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” 2 Pedro 3:10.

Dios pondrá fin a este mundo. Todas las obras creadas por los hombres llegarán a su final. Inclusive, los elementos que componen el planeta como el oxígeno, el nitrógeno, el hidrógeno, todo eso será desechado por Dios. Él reducirá el aire, el agua, y la tierra a la nada. Como vimos anteriormente, Dios tiene poder de crear algo de la nada, como también tiene poder de crear algo, a partir de algo previamente creado. Pero la mejor parte es que Él también tiene poder de destruir lo que ha creado, con el fin de volverlo a crear. El mismo Dios prometió: 

      “Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; no la creó en vano, para que fuese habitada la creó: Yo soy Jehová, y no hay otro.” Isaías 45:18. “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado.” Isaías 65:17,18.

     “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” Apocalipsis 21:4,5.

 Dios volverá a ejercer el poder creador de Su palabra una vez más sobre esta tierra, y esta volverá a ser como al principio o mucho mejor. No quedará rastro alguno de lo que significó el pecado sobre este planeta. Ya no habrá ni siquiera pensamientos al respecto. Todo este trágico incidente cósmico quedará en el olvido. No habrá vestigios de esta civilización actual. El planeta Tierra será incorporado una vez más a la comunidad universal, y nos alegraremos por las edades eternas, sin fin, de los siglos de los siglos. La maldición llegará a su final, y Dios mismo renunciará al lugar en el cual habita actualmente en el universo, y se mudará, literalmente, a esta tierra. Este planeta llegará a ser el nuevo cielo del universo.

     “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.” Apocalipsis 21:1-3. “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella.” Apocalipsis 22:2, 3.

En aquel momento, la armonía y la paz serán restauradas en el universo. Todo volverá a ser como era antes de la creación de este mundo, excepto con la novedad de que ya todo el universo estará consiente del mal y sus nefastos resultados, por lo cual nunca más volverá a surgir nueva vez. Allí el amor y la simpatía volverán a reinar entre todos los habitantes del cosmos. Podremos tener comunión con seres de otros mundos, sin importar que se encuentren a millones de años luz de distancia. En aquel tiempo, sí será posible conocer todos los secretos que el universo guarda. Allí, con intelectos inmortales, seremos capaces de contemplar la maravilla del poder creador de Dios. Todo el universo: los lugares más llamativos, las galaxias más extrañas, los cometas, los agujeros negros, todo estará a nuestro alcance. El  conocimiento del infinito ya no será una mera suposición, hecha desde un lugar remoto, a través del lente de un telescopio; sino que podremos ser testigos presenciales del nacimiento de estrellas, del desplazamiento de cometas, de la expansión del espacio, etc. Todo cuanto hay: átomos, materia, energía, la gravedad misma, de una forma u otra, nos darán a entender el poder inmenso de Dios. El conocimiento que podremos adquirir será infinito como lo es el cosmos. Pero así mismo, el amor hacia Dios y hacia los demás seres creados por Él, también se hará infinito. En aquel momento futuro todo el universo estará unificado bajo la bandera de Dios. Ya no estaremos apartados como ahora, en una sistema solar de ocho planetas, pero que el único con vida es el nuestro. Todo cuanto hay declarará, sin lugar a dudas, que Dios es Creador del universo, y más que eso, que Él ama a cada una de Sus criaturas.