A veces, desde el pulpito se hace la pregunta: ¿Si Cristo viene ahora mismo, cuantos se van con Él? La respuesta de la congregación, a menudo, está divida casi a la mitad. Muchos levantan sus manos en señal de seguridad, y acompañan ese gesto con un fuerte amen. Otros quedan indecisos. Entre los que no levantan sus manos, están aquellos que creen en su salvación, pero temen ser presuntuosos al respecto. También están aquéllos que dudan de su salvación. Aunque la biblia afirma que una vez aceptamos a Cristo como nuestro Señor esto nos proporciona salvación, esta salvación no es incondicional a lo que hagamos de ahí en adelante. Nuestra salvación no está garantizada por el simple hecho de pertenecer a x confesión religiosa, ni porque la expresemos con toda seguridad. Hay denominaciones cristianas que enseñan que una vez hemos sido salvados seremos salvos por siempre, sin importar lo que hagamos. Según dicen:
-No importa los pecados que cometas, ya eres salvo y lo serás eternamente. No hay nada que puedas hacer que Dios no te perdone. El perdón que Dios ofrece a través de Cristo es suficiente para perdonar tus pecados pasados, presentes y futuros.-
Una verdad a medias puede hacer muchísimo más daño que una completa mentira. Cuando vemos un error, nuestra percepción es capaz de notarlo inmediatamente y nos protegemos al respecto, pero cuando es un error mezclado con verdad, es más difícil identificarlo, por lo tanto podemos caer victimas de él. Afirmar que con solo aceptar a Cristo una vez nos garantiza salvación eterna, es solo decir parte de la verdad. De la misma manera, afirmar que Dios te puede perdonar tus pecados pasados, presentes, y futuros, sin más ni más, es también una verdad a medias. Para no caer en el error de la falsa seguridad de salvación actual, debemos preguntarnos ¿Dios ofrece salvarnos de qué? ¿Cuál es la salvación que Dios ofrece? Sin dudas, la salvación bíblica incluye un futuro traslado a las mansiones celestes, donde viviremos en un mundo nuevo recreado por Dios, pero, esto es solo una parte de la salvación, y se llama glorificación. En aquel entonces, Dios nos transformará y nos dará una nueva naturaleza. Sin embargo, la salvación que Dios quiere darnos es aquí y ahora, no es en un futuro, a Su regreso. Cuando Cristo venía al mundo, a María se le dijo lo siguiente:
“Y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” Mateo 1:21
La salvación que Dios nos ofrece es la liberación del pecado que reina en este mundo. Dios quiere separarnos de la contaminación y corrupción imperante en este planeta que se encuentra bajo el dominio del príncipe de las tinieblas. Esta salvación abarca varios procesos o varias etapas de nuestra experiencia cristiana. Para ser salvos, necesitamos ante todo reconocer que somos pecadores y que necesitamos un Salvador. No podemos librarnos del pecado nosotros mismos. Debemos reconocer nuestra dependencia de Cristo para que haga esta obra en nosotros. Cuando venimos a Dios reconociendo nuestra condición sin esperanza, y le pedimos que nos perdone y nos cambie, esto se llama arrepentimiento. No solo debemos pedir perdón por los pecados cometidos, sino que debemos pedirle que nos ayude a apartarnos de ellos. No es posible ser salvos mientras continuemos aferrados a nuestros pecados. Si queremos aceptar la salvación, debe haber un renunciamiento al pecado. No podemos pretender que la salvación abarcará pecados futuros que no estemos dispuestos a abandonar. Tal pretensión no es bíblica. Hablándole a Nicodemo, Jesús dijo:
“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” Juan 3:3-5
El apóstol Pablo lo escribió de esta manera:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2 Corintios 5:17
“Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” Romanos 6:2-4
Cuando aceptamos la salvación ofrecida y nos arrepentimos de nuestros pecados, procuramos, con la ayuda de Dios, caminar en la senda que Cristo nos trazó. Nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones son transformadas por el Espíritu de Dios que habita en nosotros desde ese momento en adelante. Una vez hemos nacido de nuevo, nuestro proceder debe ser diferente, y esto no como para asegurarnos la salvación, sino porque ya la tenemos. Aquí es donde muchos se confunden, porque piensan que aquellos que quieren vivir vidas que agraden a Dios están tratando de ganarse la salvación por las obras, y es todo lo contrario. Las obras demuestran que ya han sido salvos. El apóstol Santiago dice:
“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” Santiago 2:14-17
Ahora bien, una vez hemos sido salvados, debemos perseverar en esa salvación. No debemos ser indiferentes, ni despreocupados pensando que ya no tiene importancia lo que hagamos delante de Dios. Corremos peligro cuando tenemos una falsa seguridad de salvación, a sabiendas que estamos haciendo lo que ofende a Dios.
“Más si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá.” Ezequiel 18:24
Cuando se nos dice desde el pulpito que nadie nos arrebatará de la mano de Jesús (sin importar que continuemos en el pecado), se nos está diciendo solo una media verdad. Porque así como es cierto que Cristo nos tiene en Sus manos y quiere preservarnos allí, no es menos cierto que si nosotros queremos apartarnos de Él, por nuestra propia voluntad, Él nos permite hacerlo. Cristo no nos fuerza a que estemos en Sus manos si no queremos estarlo. La parábola del hijo prodigo es una buena ilustración de esto. Debemos escoger continuamente permanecer al lado de Cristo. Nuestra vida debe ser una que agrade a Dios en todo tiempo, no solo cuando confesamos que aceptamos la salvación.
“Por tanto, amados míos…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor…” Filipenses 2:12
Aun cuando hemos recibido la salvación de Dios, podemos perderla si la despreciamos, o si nos apartamos de Sus caminos. El rey David, una vez se dio cuenta del enorme pecado que había cometido, en el Salmo 51 escribió:
“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí… No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu.Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.” Versos 1-3, 11, 12
Es bueno aclarar que aun cuando hemos aceptado la salvación Divina, y hemos elegido permanecer en ella, no estamos exentos, en ninguna manera, de volver a caer en el pecado. Seguimos siendo pecadores, lo único diferente es que somos pecadores arrepentidos. Si por alguna razón caemos, se nos da la promesa siguiente:
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” 1 Juan 2:1
No merecemos el perdón de Dios, pero Cristo intercede por nosotros cuando nos arrepentimos de lo que hemos hecho y nos declara justos delante de Su Padre en los cielos; esto se llama justificación. Luego del arrepentimiento inicial, cuando dimos nuestras vidas a Cristo, debemos continuar colocándola en Sus manos todos los días, especialmente cada vez que nos demos cuenta que le hemos ofendido. Aun cuando confesamos nuestros pecados y somos justificados, la inclinación hacia el mal todavía la tenemos en nuestra naturaleza. Es por esto que Dios continúa trabajando en nosotros diariamente para quitarnos esta naturaleza pecaminosa y hacernos participes de Su naturaleza Divina, lo cual se llama santificación, un proceso que se lleva a cabo en nosotros mientras estemos vivos en este mundo. 2 Pedro 1:4.
En síntesis, la salvación de Dios es un don que es ofrecido a todos los seres humanos. Es más que solo decir orgullosamente que somos salvos. Podemos aceptarla, pero es condicional. Es eterna, pero comienza ahora mismo, no en el momento de nuestra glorificación. Antes de llegar a la gloria, debemos experimentar el arrepentimiento genuino, y debemos ser justificados y santificados por Cristo Jesús. Muchos de los que hoy levantan sus manos con mucha seguridad de salvación en nuestras iglesias serán chasqueados en aquel día cuando Cristo regrese. Jesús lo dejó dicho de manera sencilla, pero obvia:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” Mateo 7:21-23
Será triste para aquellos que se encuentren con esa realidad al final del camino. Es por esto que no debemos dar por sentado que somos salvos solo porque si. Aseguremos nuestra salvación escondiendo nuestras vidas con Cristo en Dios. Procuremos hacer firme nuestra vocación y elección como dice el apóstol Pedro, porque haciendo estas cosas no caeremos jamás.